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Conviviendo con los okupas: «Es una pesadilla. Van con la navaja en la mano»

  • 19 de Octubre, 2020
  • ABC

La okupación se dispersa por distintos barrios de La Coruña, la urbe más afectada por un fenómeno al alza. Peleas, robos e intimidaciones dibujan el día a día de unos vecinos que suelen callar por el miedo a la represalias.De un tiempo a esta parte, hablar de Palavea, Os Mallos, A Zapateira, Ronda de Nelle o Falperra implica pensar también en okupación e inseguridad. Estos barrios son solo algunos de los clasificados como zonas calientes de una ciudad que se lleva la palma en lo que a crecimiento exponencial de okupaciones se refiere. «La Coruña se reparte en barrios, siempre ha sido así, pero ahora parece que cada uno tiene sus propios okupas, están por toda la ciudad» se queja un vecino de la calle Fleming, en plena Falperra. Él, como tantos otros, evita dar su nombre o mostrar su rostro por el miedo a los grupos con los que tiene que convivir. La radiografía es la misma en todas las zonas invadidas por los okupas, que delimitan su espacio con pintadas y barreras de suciedad. En el caso de los edificios 19 y 20 de la calle Fleming, la pesadilla empezó a principios de año, cuando varios jóvenes de nacionalidad argelina y marroquí entraron en unos bloques propiedad de una empresa madrileña que iban a ser reconvertidos en alojamientos turísticos. «En febrero ya había gente aquí, pero ahora es el infierno» resume otro vecino, que vive en la acera de enfrente. «Serán veinte o treinta, no lo sé, más las chicas que meten ahí todos los días y que parecen menores» aseguran los habitantes, atemorizados por la actitud de los nuevos inquilinos, muy violentos y descontrolados.

El historial de robos, agresiones, peleas, fiestas y enfrentamientos engorda cada día y ha hecho necesaria la presencia policial casi las 24 horas. «La policía lleva dos días viniendo, desde que intentaron robar en el Zara, pero antes ya habían entrado en dos tiendas de ahí abajo, habían atracado a un señor con un pincho y habían robado a una mujer 400 euros que llevaba en el bolso». La nómina de tropelías es interminable a juzgar por los comentarios de los vecinos, que tratan de no cruzarse con ellos para evitar conflictos. El mayor problema, suscribe un comerciante de la zona, es que «están empezando a intimidar a las chicas». «Hubo dos chavalas a las que metieron en un portal» aclara una vecina de la calle anexa, pero «creo que no han sido las únicas». El comerciante suscribe sus palabras. «El otro día vi delante del escaparate a una chiquita que es cajera del Gadis y estaba temblando. Salí a ver qué le pasaba y me pidió que la acompañase al coche porque la estaban acosando. Cuando llegamos ya tenía a uno encima del capó, como esperándola. Yo le dije que se apartase y dejé que la chavala se metiese en el coche y arrancase. Le dije que tiene que denunciarlo pero le da miedo que sea peor» explica este tendero, que no oculta que la cosa «se está poniendo fea».
Más policía en la calle

Con un trajín diario que empieza a última hora de la tarde y atrona a los bloques colindantes con fiestas hasta altas horas de la madrugada que pueden derivar en peleas en plena calle, la solución no se antoja sencilla. «El problema está judicializado, denunciado, y estamos esperando una resolución para que pueda acometerse el desalojo» explican desde el ayuntamiento herculino. Entre tanto, la presencia policial se hace visible e incluso solicita la implicación de los vecinos, a los que se le ha aportado la descripción de algunos de los okupas para facilitar su detención por los delitos denunciados. «Buscaban a uno de capucha roja y al final lo acabaron arrestando» indica el dueño de un local de la calle, que se queja de que «todo el mundo sabe lo que está pasando aquí, pero nadie hace nada».

El lamento es extrapolable a otros puntos de la ciudad, donde los grafitis resumen los problemas del barrio. En Palavea, a la entrada de La Coruña, casi nadie quiere hablar. Y menos si implica detenerse delante del inmenso bloque de pisos donde los okupas llevan años viviendo. La mayoría apuran el paso porque no quieren «meterse en problemas», pero los que están cansados alzan la voz y denuncian todo tipo de disturbios y amenazas. «Hay uno, que es el cabecilla, que va con una navaja en la mano», explica un vecino, que también los ha visto con un hacha y hasta con una espada turca, pese a que «este chico es oriundo de aquí». «Va diciendo que esto es suyo y que nadie puede acercarse» incide el mismo vecino, mientras señala el estado de los pisos que eran de una inmobiliaria valenciana y nunca llegaron a ser habitados. La imagen es desoladora. Ascensores bloqueados, puertas reventadas, escaleras inundadas de basura y cristales rotos. En algunas casas se intuyen las marcas de hachazos en la puertas; otras, directamente, tienen la entrada abierta. En su interior, pintadas, sanitarios arrancados en el salón y restos de comida. En Palavea los vecinos tampoco saben el número de okupas que desde hace años atemorizan al barrio. Hay mucha rotación, pero «cada vez intentan entrar en más pisos». Esta misma semana, la Policía frustró un nuevo intento de okupación. La respuesta no se hizo esperar y estos problemáticos vecinos acabaron reventando algunos de los coches aparcados en la calle. Incluso amenazaron con prenderles fuego, como ya habían hecho con la entrada del domicilio de una vecina. «A nadie le gusta tener esto al pie de casa», afirma uno de los pocos vecinos que se atreve a contar lo que están viviendo. «No sé cómo se arregla esto, pero no me importarían que tirasen todos los pisos si con eso se arregla el problema».
Paliza en Os Mallos

En Os Mallos nadie habla de soluciones, sino del altercado que tuvo lugar el mes pasado cuando un vecino recibió una paliza que lo llevó al hospital y que todos tienen presente. El hombre solo llamó la atención a unos jóvenes que estaban molestando llamando a los telefonillos, pero ellos se volvieron contra él y lo patearon en el cara y en la cabeza. Incluso una de las personas que trató de ayudarlo acabó siendo amenazada. Y de nuevo, una queja común. Un clamor repetido en todos los barrios tocados por la okupación, que en el último semestre se disparó un 35 por ciento en Galicia: «Vivir así es una pesadilla. No lo sabe uno hasta que no le toca».

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